Linuxera
2015-03-24 12:39:33 UTC
http://www.alertadigital.com/2015/03/23/por-que-es-mas-grave-llamar-
cerdos-a-los-que-pitan-el-himno-que-ofender-los-sentimientos-de-millones-
de-espanoles/
Por Armando Robles.- Elevo la pregunta a quien tenga a bien sacarme de
dudas: ¿Justifican mis palabras en ‘La Ratonera’ sobre los que pitan el
himno español la atronadora campaña que hemos presenciado estos días en
contra hasta de mi propia existencia? Cabe presumir que, cuando se estime
que la opinión está ya lo suficientemente calentada, se caerá de repente
en la cuenta de que el culpable no soy solo yo, sino todos los que
defendemos ideas básicamente idénticas a las que en España se defendían
con uñas y dientes hasta antes de ayer. Es por tanto que sospecho que,
tras esta desatinada y cruel campaña, se está abonando el terreno para
ilegalizar cualquier idea contraria a la idea de España y criminalizar
posteriormente el ejercicio del derecho a defenderlas. Ante esa patulea
que controla a un amplio sector de la opinión lanar española, nosotros,
los que exigimos el respeto debido a los símbolos nacionales que
emocionalmente conforman el sentir de millones de españoles, somos ahora
los extremistas, los violentos, un peligro perturbador de la paz pública,
los empeñados en vivir agarrados al recuerdo de épocas pàsadas, y todo lo
demás que se está diciendo con motivo de mi rechazo a la pitada al himno,
debe interpretarse como un inquebrantable dogma democrático de fe.
Como contrapunto se exaltan las virtudes de la libertad de expresión de
los separatistas para ofender los sentimientos de millones de españoles
y, en el colmo de la desfachatez, se me acusa de amenazar la concordia
democrática entre los ciudadanos, de todo lo cual, como es sabido, sus
más caracterizados propugnadores son los muñidores de la campaña en
contra del himno nacional y todos los que en nombre de la ficticia patria
catalana nos han insultado con saña e impunidad, desde el inicio de la
democracia, como recordé el pasado jueves en ‘La Ratonera’ valiéndome de
algunas citas literales.
Todo resuelto, pues. No miremos más al pasado sino al futuro. Bajo la
paterna benevolencia de los que corean estos días mi nombre y no
precisamente con el mejor léxico posible, España entrará alegremente por
la vía del progreso retornando a la feliz trayectoria del nuevo orden y
olvidando, como un mal sueño, aquella etapa donde la unión entre todos
los pueblos de España nos ofreció los mejores años de toda nuestra
historia.
De nada servirán sin embargo mis palabras si no hay españoles que estén
comprometidos en defenderlas en cualquier foro y ocasión. Sólo en un país
de tan laxa musculatura moral como el nuestro podría darse el caso de que
los avalistas mediáticos de la castuza democrática -con toda la carga de
vileza que esa condición reviste- se atrevan a alzar la voz y a
adoctrinarnos sobre pulcritud periodística.
Sólo en un país como España podría darse que los apologistas del desastre
económico, de la inanición moral de los españoles, de la negociación con
ETA, de la quiebra de miles de empresas, de la sangría económica
provocada por la casta política, de la cesión de soberanía a los poderes
económicos internacionales, de la muerte de millones de nonatos, se
atrevan aún hoy a aleccionarnos sobre ética periodística. ’
Solo en una sociedad tan corrompida como la nuestra podría darse el caso
de que los mismos que celebraron con alborozo la muerte de Manuel Fraga,
la voladura de Carrero Blanco, el asesinato de José María Martín Carpena
o más recientemente el accidente de Cifuentes, se atrevan a darnos
ejemplos de ejemplaridad democrática. Por si no lo sabían, no pocos de
los que pitarán el himno brindaban por los atentados mortales de la banda
terrorista ETA. Incluso fue muy celebrada por los mismos que hoy me
señalan a mí, la intervención de un tal Rubianes, ya fallecido, en una
televisión pública catalana para decir que “ojalá les explotaran los
cojones a los españoles”. Como ven, una forma muy sutil y democrática de
ejercer la libertad de expresión, que en él era imperio mientras que en
nosotros sería un criminal desatino.
Es propio de esta gente establecer los límites de su dudosa moralidad con
criterios sesgados y siempre partidistas. Es decir, que si ustedes o yo
llamamos “cerdos” a los que aprovechando la final de la Copa del Rey
opacarán con sus berridos el himno que nos representa a todos, que es
cosa muy distinta a llamar “cerdos” a todos los catalanes o a todos los
vascos, entonces nos convierten en seres abominables y en intolerables
rémoras para la convivencia española. En cambio, si exhibes una pancarta
favorable a ETA en San Mamés, o quemas una bandera española en las gradas
del Nou Camp, o costeas el pago de centenares de pitos a los aficionados
más radicales, como hizo el vástago de Jordi Pujol en la última final de
Copa que enfrentó a vascos y catalanes, entonces eres un ejemplar
ciudadano, un dechado de virtudes progresistas, un modelo de tolerancia
democrática y un espejo para el resto de tus compatriotas.
No es mucho más honorable la actitud de los órganos vinculados al fútbol
que tan bien conocemos. Generar violencia en el fútbol español es, por
ejemplo, oponerte con la palabra a que miles de separatistas degraden tu
himno y no el propio acto de la degradación, alentado desde innumerables
foros con diurnidad y alevosía. Generar violencia en el fútbol español es
pedir que tamaña vergüenza tenga como escenario un país remoto de allende
el Estrecho de Gibraltar y no por ejemplo el amaño de partidos que han
convertido la Liga española en la más corrompida y amañada de toda Europa.
Una vez más, AD tiene que manifestar cuál es su postura y su función como
órgano informativo. AD tiene todo el derecho intelectual y moral de ser
contrario a determinadas exhibiciones que colisionan con nuestro modelo
de vida y de sociedad. Yo reto a los miembros de la Comisión Antiviolencia
a un debate público, dónde y cuándo ellos quieran, para esclarecer
nuestras dos posturas. Eso si tienen agallas.
Por desgracia, sí habrá pitada al himno español en la final de Copa entre
Barcelona y Athletic Club, repitiéndose el bochorno vivido en Mestalla en
2009.
Sin embargo, los medios informativos españoles dedican apenas breves
líneas a este ataque planificado de miles de separatistas vascos y
catalanes, reduciendo la noticia a una simple anécdota. Sin duda, otra
habría sido la respuesta mediática si los silbidos hubiesen sido vertidos
por los que nos sentimos enteramente españoles y tenido como
destinatarios los himnos de Cataluña o Vascongadas. Es la cara real de
esta democracia execrable, fraudulenta y antiespañola, que ha ensanchado
hasta límites desconocidos la fractura entre compatriotas, haciendo
irreconciliables ya las posturas.
Porque no nos engañemos. Tal y como destacó hace algún tiempo un
destacado colaborador de esta casa, pocas veces como hoy en España se
había vivido una realidad tan huérfana de genuino hermanamiento entre
compatriotas, un clima tan enrarecido de enfrentamiento entre hijos de un
mismo suelo e historia, una alarmante y áspera desunión en medio de
contínuas llamadas al odio entre españoles (de aquellos que quieren dejar
de serlo contra los que pretenden seguir siéndolo), habiendo llegado a un
grado tal de indiferencia e insolidaridad, cuando no de abierta
hostilidad entre españoles de toda clase y condición, que vuelve risible
y despreciable toda pretensión y exhibición de “buenas intenciones”,
“amor al prójimo” y filantropía gaseosa: un festival de hipocresía
travestida de ideales superiores, que es una de las peores plagas de
nuestro tiempo.
En julio de 1997, pocos días después del asesinato del concejal de Ermua
Miguel Ángel Blanco, la plaza de toros de Las Ventas acogió un homenaje a
la memoria del joven edil, en el que participaron algunos de nuestros
artistas más internacionales. La interpretación de uno de los tema
musicales en catalán arrancó algunos tímidos silbidos del público. Al día
siguiente, portadas, editoriales y tertulias ignoraron lo sustancial del
acto para centrarse en el incidente, dedicando toneladas de críticas y
anatemas a los “intolerantes” que, según subrayaron, ponían en riesgo la
convivencia pacífica entre los españoles al boicotear los símbolos
autonómicos.
En el fuego de la polémica, avivado por la Generalitat y los políticos
catalanes, tuvo incluso que actuar de apagafuegos la Casa Real, silente
sin embargo ahora tras el inenarrable bochorno internacional que se
vivirá en la final de Copa. Tampoco nos autoengañemos, como pretenden no
pocos políticos de la casta, que repetirán como un mantra el argumento
empleado en 2009 de que los silbidos contra el himno español procedían de
una minoría que, según esos farsantes, traidores y embusteros, no
representan a las aficiones del Barça ni del Athletic. Mentira sobre
mentira. Salvo que se tenga una alarmante carencia auditiva, todos
pudimos escuchar que el boicot al himno de España fue atronador, masivo,
casi general. Ello nos obliga a formular la pregunta de qué hacían allí
seguidores de ambos clubes provenientes de otras zonas de España y que
asistieron impertérritos y hasta divertidos al repugnante espectáculo.
Pero eso ya formaría parte de la parte de la ciencia que estudie algún
día los comportamientos absurdos e irracionales de esos españoles que,
sintiendo a España como su única nación, actúan como si la odiaran. Y es
que hay mucha gente en este país que, tras años de robotización
democrática, se siente dichosamente encauzada a asumir las ideas, y hasta
las penas, que nos van marcando los responsables de la actual tragedia
española, donde ya ni los símbolos nacionales merecen ser defendidos con
la rotundidad que esos símbolos merecen.
cerdos-a-los-que-pitan-el-himno-que-ofender-los-sentimientos-de-millones-
de-espanoles/
Por Armando Robles.- Elevo la pregunta a quien tenga a bien sacarme de
dudas: ¿Justifican mis palabras en ‘La Ratonera’ sobre los que pitan el
himno español la atronadora campaña que hemos presenciado estos días en
contra hasta de mi propia existencia? Cabe presumir que, cuando se estime
que la opinión está ya lo suficientemente calentada, se caerá de repente
en la cuenta de que el culpable no soy solo yo, sino todos los que
defendemos ideas básicamente idénticas a las que en España se defendían
con uñas y dientes hasta antes de ayer. Es por tanto que sospecho que,
tras esta desatinada y cruel campaña, se está abonando el terreno para
ilegalizar cualquier idea contraria a la idea de España y criminalizar
posteriormente el ejercicio del derecho a defenderlas. Ante esa patulea
que controla a un amplio sector de la opinión lanar española, nosotros,
los que exigimos el respeto debido a los símbolos nacionales que
emocionalmente conforman el sentir de millones de españoles, somos ahora
los extremistas, los violentos, un peligro perturbador de la paz pública,
los empeñados en vivir agarrados al recuerdo de épocas pàsadas, y todo lo
demás que se está diciendo con motivo de mi rechazo a la pitada al himno,
debe interpretarse como un inquebrantable dogma democrático de fe.
Como contrapunto se exaltan las virtudes de la libertad de expresión de
los separatistas para ofender los sentimientos de millones de españoles
y, en el colmo de la desfachatez, se me acusa de amenazar la concordia
democrática entre los ciudadanos, de todo lo cual, como es sabido, sus
más caracterizados propugnadores son los muñidores de la campaña en
contra del himno nacional y todos los que en nombre de la ficticia patria
catalana nos han insultado con saña e impunidad, desde el inicio de la
democracia, como recordé el pasado jueves en ‘La Ratonera’ valiéndome de
algunas citas literales.
Todo resuelto, pues. No miremos más al pasado sino al futuro. Bajo la
paterna benevolencia de los que corean estos días mi nombre y no
precisamente con el mejor léxico posible, España entrará alegremente por
la vía del progreso retornando a la feliz trayectoria del nuevo orden y
olvidando, como un mal sueño, aquella etapa donde la unión entre todos
los pueblos de España nos ofreció los mejores años de toda nuestra
historia.
De nada servirán sin embargo mis palabras si no hay españoles que estén
comprometidos en defenderlas en cualquier foro y ocasión. Sólo en un país
de tan laxa musculatura moral como el nuestro podría darse el caso de que
los avalistas mediáticos de la castuza democrática -con toda la carga de
vileza que esa condición reviste- se atrevan a alzar la voz y a
adoctrinarnos sobre pulcritud periodística.
Sólo en un país como España podría darse que los apologistas del desastre
económico, de la inanición moral de los españoles, de la negociación con
ETA, de la quiebra de miles de empresas, de la sangría económica
provocada por la casta política, de la cesión de soberanía a los poderes
económicos internacionales, de la muerte de millones de nonatos, se
atrevan aún hoy a aleccionarnos sobre ética periodística. ’
Solo en una sociedad tan corrompida como la nuestra podría darse el caso
de que los mismos que celebraron con alborozo la muerte de Manuel Fraga,
la voladura de Carrero Blanco, el asesinato de José María Martín Carpena
o más recientemente el accidente de Cifuentes, se atrevan a darnos
ejemplos de ejemplaridad democrática. Por si no lo sabían, no pocos de
los que pitarán el himno brindaban por los atentados mortales de la banda
terrorista ETA. Incluso fue muy celebrada por los mismos que hoy me
señalan a mí, la intervención de un tal Rubianes, ya fallecido, en una
televisión pública catalana para decir que “ojalá les explotaran los
cojones a los españoles”. Como ven, una forma muy sutil y democrática de
ejercer la libertad de expresión, que en él era imperio mientras que en
nosotros sería un criminal desatino.
Es propio de esta gente establecer los límites de su dudosa moralidad con
criterios sesgados y siempre partidistas. Es decir, que si ustedes o yo
llamamos “cerdos” a los que aprovechando la final de la Copa del Rey
opacarán con sus berridos el himno que nos representa a todos, que es
cosa muy distinta a llamar “cerdos” a todos los catalanes o a todos los
vascos, entonces nos convierten en seres abominables y en intolerables
rémoras para la convivencia española. En cambio, si exhibes una pancarta
favorable a ETA en San Mamés, o quemas una bandera española en las gradas
del Nou Camp, o costeas el pago de centenares de pitos a los aficionados
más radicales, como hizo el vástago de Jordi Pujol en la última final de
Copa que enfrentó a vascos y catalanes, entonces eres un ejemplar
ciudadano, un dechado de virtudes progresistas, un modelo de tolerancia
democrática y un espejo para el resto de tus compatriotas.
No es mucho más honorable la actitud de los órganos vinculados al fútbol
que tan bien conocemos. Generar violencia en el fútbol español es, por
ejemplo, oponerte con la palabra a que miles de separatistas degraden tu
himno y no el propio acto de la degradación, alentado desde innumerables
foros con diurnidad y alevosía. Generar violencia en el fútbol español es
pedir que tamaña vergüenza tenga como escenario un país remoto de allende
el Estrecho de Gibraltar y no por ejemplo el amaño de partidos que han
convertido la Liga española en la más corrompida y amañada de toda Europa.
Una vez más, AD tiene que manifestar cuál es su postura y su función como
órgano informativo. AD tiene todo el derecho intelectual y moral de ser
contrario a determinadas exhibiciones que colisionan con nuestro modelo
de vida y de sociedad. Yo reto a los miembros de la Comisión Antiviolencia
a un debate público, dónde y cuándo ellos quieran, para esclarecer
nuestras dos posturas. Eso si tienen agallas.
Por desgracia, sí habrá pitada al himno español en la final de Copa entre
Barcelona y Athletic Club, repitiéndose el bochorno vivido en Mestalla en
2009.
Sin embargo, los medios informativos españoles dedican apenas breves
líneas a este ataque planificado de miles de separatistas vascos y
catalanes, reduciendo la noticia a una simple anécdota. Sin duda, otra
habría sido la respuesta mediática si los silbidos hubiesen sido vertidos
por los que nos sentimos enteramente españoles y tenido como
destinatarios los himnos de Cataluña o Vascongadas. Es la cara real de
esta democracia execrable, fraudulenta y antiespañola, que ha ensanchado
hasta límites desconocidos la fractura entre compatriotas, haciendo
irreconciliables ya las posturas.
Porque no nos engañemos. Tal y como destacó hace algún tiempo un
destacado colaborador de esta casa, pocas veces como hoy en España se
había vivido una realidad tan huérfana de genuino hermanamiento entre
compatriotas, un clima tan enrarecido de enfrentamiento entre hijos de un
mismo suelo e historia, una alarmante y áspera desunión en medio de
contínuas llamadas al odio entre españoles (de aquellos que quieren dejar
de serlo contra los que pretenden seguir siéndolo), habiendo llegado a un
grado tal de indiferencia e insolidaridad, cuando no de abierta
hostilidad entre españoles de toda clase y condición, que vuelve risible
y despreciable toda pretensión y exhibición de “buenas intenciones”,
“amor al prójimo” y filantropía gaseosa: un festival de hipocresía
travestida de ideales superiores, que es una de las peores plagas de
nuestro tiempo.
En julio de 1997, pocos días después del asesinato del concejal de Ermua
Miguel Ángel Blanco, la plaza de toros de Las Ventas acogió un homenaje a
la memoria del joven edil, en el que participaron algunos de nuestros
artistas más internacionales. La interpretación de uno de los tema
musicales en catalán arrancó algunos tímidos silbidos del público. Al día
siguiente, portadas, editoriales y tertulias ignoraron lo sustancial del
acto para centrarse en el incidente, dedicando toneladas de críticas y
anatemas a los “intolerantes” que, según subrayaron, ponían en riesgo la
convivencia pacífica entre los españoles al boicotear los símbolos
autonómicos.
En el fuego de la polémica, avivado por la Generalitat y los políticos
catalanes, tuvo incluso que actuar de apagafuegos la Casa Real, silente
sin embargo ahora tras el inenarrable bochorno internacional que se
vivirá en la final de Copa. Tampoco nos autoengañemos, como pretenden no
pocos políticos de la casta, que repetirán como un mantra el argumento
empleado en 2009 de que los silbidos contra el himno español procedían de
una minoría que, según esos farsantes, traidores y embusteros, no
representan a las aficiones del Barça ni del Athletic. Mentira sobre
mentira. Salvo que se tenga una alarmante carencia auditiva, todos
pudimos escuchar que el boicot al himno de España fue atronador, masivo,
casi general. Ello nos obliga a formular la pregunta de qué hacían allí
seguidores de ambos clubes provenientes de otras zonas de España y que
asistieron impertérritos y hasta divertidos al repugnante espectáculo.
Pero eso ya formaría parte de la parte de la ciencia que estudie algún
día los comportamientos absurdos e irracionales de esos españoles que,
sintiendo a España como su única nación, actúan como si la odiaran. Y es
que hay mucha gente en este país que, tras años de robotización
democrática, se siente dichosamente encauzada a asumir las ideas, y hasta
las penas, que nos van marcando los responsables de la actual tragedia
española, donde ya ni los símbolos nacionales merecen ser defendidos con
la rotundidad que esos símbolos merecen.